Yoga y abusos

2019-09-28 — Elián

CW: contenido sensible relacionado con abusos, si bien no se exponen detalles, se mencionan.

Hace algunos años que el movimiento #metoo (un movimiento feminista de denuncia a los abusos sexuales que comenzó en la industria del cine y fue extendiéndose a otras áreas de la(s) cultura(s). Uno de esos ámbitos –por fin– es el del Yoga. Así, fueron difundiéndose las denuncias de las sobrevivientes de abusos sistemáticos por parte de grandes patriarcas del Yoga (“padres”, abuelos, “grandes maestros” de “indudable referencia y reputación” para el Yoga contemporáneo). Esto es lo que sucedió con la denuncia de Karen Rain contra Pattabhi Jois (“gran maestro” de Ashtanga Yoga). En el caso de Satyananda Yoga, las denuncias (y condenas) implican graves abusos sexuales, físicos y psicológicos contra niños y niñas. Investigaciones más profundas nos llevan a suponer que esta cultura patriarcal de abusos sistemáticos podría remontarse más atrás “en el linaje”. Otras denuncias incluyen a Swami Satchidananda, John Friend de Anusara Yoga, Bikram Choudhury (“Yoga Hot”), Jivamukti Yoga School, OSHO, Kausthub Desikachar (hijo de T.K.V.Desikachar), Manouso Manos como figura relevante en la tradición Iyengar y también organizaciones budistas como Rigpa y Shambhala…. La lista sigue y posiblemente se engrose con el correr del tiempo.

Matthew Remski es un investigador, profesor de Yoga, meditación y Ayurveda, autor de varios libros y artículos y sobreviviente de sectas (cult survivor en inglés, tal como se nombra), trabaja sobre estos temas y ha sido el portavoz, posibilitador, autor de notas, artículos e investigaciones que sumaron a que estas denuncias cobraran masividad. Pueden consultar su trabajo en su sitio web. Yo lo conocí en el marco de la certificación de Yoga Sensible al Trauma y sus aportes me parecen valiosísimos, además de poner en palabras y dar sentido a muchas de las cosas que sentí y pensé en estos años de búsquedas a través de y a lo largo del Yoga. Él propone un método que denomina PRISM (prisma), por sus siglas en inglés. Pause: pausar para reflexionar acerca de la idea de que cada práctica de Yoga o método espiritual y sus comunidades llevan consigo valor, pero también, potencialmente, una historia de abuso(s). Research: investigar la literatura del método para encontrar y entender esa historia. Investigate: investigar si el daño fue conocido y encarado o tomado en cuenta. Show: mostrar o demostrar cómo podés encarnar las virtudes y no pasar por alto las heridas de la comunidad. Model: modelar/ demostrar formas de compartir poder transparentes, compartiendo y compromiso ético hacia les futures practicantes. Siguiendo este modelo, publico este artículo para dar cuenta de mi propio paso y presencia en estos espacios.

Antes de conocer el trabajo de Remski, leí tros artículos interesantes y comprometidos con estas problemáticas (aunque también en inglés), que siempre trato de compartir, en https://decolonizingyoga.com. Siempre digo que, cuando encuentro este tipo de lecturas, o de comunidades, “salvan mi vida”. Resultó bastante así con ese blog, en momentos en los que no encontraba comunidades sensibles en mi entorno.

La creadora de este blog, Be Scofield, es otra activista, investigadora, académica feminista que contribuye (creo que desde un poco antes, quizás 2012 ó 2013, disculpen la falta de rigurosidad momentánea) a difundir y generar consciencia no solamente sobre abusos en Yoga, sino también sobre otros cultos y prácticas colonizantes, estigmatizantes, discriminatorias en este contexto.

Las comparto no solo porque me han hecho muy bien en la vida, sino también porque quisiera que estas perspectivas, vivencias, acciones críticas pudieran tener más difusión e impacto en nuestras comunidades locales. No quiero decir con esto que nada esté pasando aquí ¡por favor, no, nada más lejos! Pero quienes tengan interés en fortalecer este tipo de comunidades aquí, saben que cuentan conmigo :)

Yoga y abusos en Argentina

La primera noticia que conocí fue en el 2011, una serie de denuncias contra Fernando Estevez Griego, de la Federación Argentina de Yoga. En este blog pueden encontrar más información.

Hacía unos tres o cuatro años que yo había dejado el grupo de yoga (secta) en el que me había formado sin mucho apoyo ni comprensión de quienes habían sido mis compañeres y llevaba toda una vida de resignarme a pensar de antemano que no me creerían o que, en el caso de hacerlo, no me ayudarían.

Este año, a poco de terminar mi certificación, volví a hacer la búsqueda que cada tanto hacía, a ver si encontraba más datos relacionados con denuncias de abusos en el ámbito del Yoga. Hacía ya unos años que contaba mi propia experiencia en grupos afines, pero hasta entonces no había encontrado algo así como una comunidad, colectivo u organización. Así, llegué a esta nota: https://www.revistacitrica.com/de-la-meditacion-al-abuso.html. Supe que un grupo de compañeras se organizó con el genial nombre yoginís organizadas para denunciar a alguien bastante conocido en el ambiente (y que fue profesor mío una clase: no le di más chances que esa por machista y pesado, así que “vaya sorpresa…”). Recientemente crearon una ONG que se llama como la campaña que organizaron por redes sociales #BastaDeAbusosEnElYoga. Pueden encontrarlas en https://www.facebook.com/YoguinisOrganizadas o en https://www.facebook.com/bastadeabusosenelyoga

Las compañeras denuncian a José Maureira por abuso sexual, en la Escuela Yoga Kai (también denuncian que cambió su nombre a Vinicius Yoga recientemente).

Un antecedente se remonta a los ’70 y cobró popularidad de nuevo hace unos meses, debido a la “espectacularidad” del caso. No voy a compartir artículos porque me resultaron muy insensibles y mal enfocados. Pero pueden buscarlo. Se trata de Vivekayuktananda, acusado y condenado por “trata de personas con fines de explotación sexual y laboral, reducción a la servidumbre, agravantes como uso de fraude y amenazas y el uso de su autoridad como ministro de culto, torturas y vejaciones, abuso sexual agravado” (según la nota que encontré en Infobae). Habría fundado un instituto para enseñar hatha yoga en 1965 (20 años antes que Indra Devi), por lo que se lo menciona como el “primer ‘gurú’ argentino”.

Si conocés otros casos o querés compartir tus denuncias o vivencias, podés escribirme al formulario de contacto o buscar en las redes a les compañeres que mencionaba arriba.

Yo también

Y acá llega el momento en el que suspiro profundo, muevo los hombros, la cabeza. Sonrío. Me sonrío. Necesitaba esto. Pero siempre es un desafío, siempre viene algo así como el miedo o la culpa o imaginarse qué va a pasar después de “sacarlo”. Son mecanismos, como programas que corren en automático aunque se los desestime.

Tenía 18 años recién cumplidos cuando empecé a hacer Swastya Yoga (Método DeRose). Llegué por una instructora “macanuda”, parecida a mí, con historias parecidas a las mías, compromiso social, ex-estudiante del mismo colegio al que yo había ido. Su mejor amiga daba (y da todavía) clases en el mismo colegio, en CNBA, prestigioso entre las élites porteñas. Todo eso lo volvía seguro para mí, que había evitado anotarme en otras escuelas de Yoga por terror a quedar enganchado en una secta.

Al poco tiempo la escuela de yoga se transformó en mi hogar, en un lugar de contención y en el dispositivo a través del cual podía conectarme con mi cuerpo y mis propias historias de abusos desde mi infancia hasta mi juventud.

Los libros y los folletos parecían racistas, elitistas, clasistas, estigmatizantes de las diversidades y sobre todo de la diversidad corporal… La figura del Maestro era central e incuestionable, pero a la vez, contemporánea y descontraída. Pero lo que importaba –decían– era la transmisión oral y lo que en verdad pasaba en la práctica, así como la comunidad o “la egrégora”. Todo eso era márketing, lo suficientemente justo para garantizar la sustentabilidad del método, una práctica comprometida… Como muchxs de mis compañerxs, empecé a pasar cada vez más tiempo, se transformaron en mi sostén emocional, en mis amigxs, en mi familia. Me habían becado (o me hacían descuentos, lo que me ayudaba mucho en un momento muy complicado) y me fueron estimulando para que fuera rindiendo exámenes que me hacían subir “niveles de discipulado”. Así llegué a completar mi formación como instructor. Las cosas se pusieron más reales, en verdad. La cantidad de trabajo no remunerado (disfrazado de “servicio”) se multiplicó exponencialmente. Ahora, si bien había comenzado a trabajar en la escuela de yoga, el complejo sistema jerárquico hacía que en verdad nunca ganara dinero y que tuviera que dejar un porcentaje en la escuela. El trabajo fuera de dar clases no era reconocido. A las exigencias por “cuidar mi imagen” (para que se viera lo suficientemente femenina o heterosexual), se sumó la de “garcharse al maestro”. Después de negarme, tras faltar a clases por una faringitis, fui castigado y humillado públicamente por “no querer trabajar ni ser disciplinado”. Me fui solo, criticado, golpeado y con la sensación de haber perdido a la familia que en verdad nunca había sido.

Las coerciones para que tuviera “el rito de iniciación” (o como fuera que lo llamaran) con el maestro no funcionaron en ese sentido. No accedí y me fui antes de que la presión pudiera ser más grande. No sé hasta dónde habría llegado. No es difícil sospechar que podría haber vivido una situación en la que, la figura de autoridad, “el maestro” abusara de mí sexualmente, so pretexto de iniciarme en prácticas “más avanzadas”. En ese sentido, mi experiencia hasta ahí es diferente a las que vivieron las compañeras que denuncian abusos sexuales por parte de estos “maestros”. Es necesario aclararlo. Pero de todas maneras, creo que es importante visibilizar esas dinámicas y ponerles nombre: acoso, abuso psicológico, explotación laboral. Las relaciones sexuales que mantuve en el marco de la escuela fueron consensuales con otrxs compañerxs, pares o casi pares pero no profesorxs directos y en pocos casos hubo situaciones de avance por sobre lo consensuado (violencias casi ineludibles en el marco de las relaciones heterosexuales, pero violencias al fin). Lo que no quita el chantaje emocional, la manipulación de las emociones, el lenguaje corporal afectivo que hoy leo como fuera de lugar: la falta de límites, la noción general de que “había que tocarse”. Hoy puedo reconocer cómo todo eso era revictimizante para mí, cómo resultaba “una presa fácil” por mi historia de abuso sexual desde la infancia.

La historia fue parecida para varias personas. Maltrato psicológico, trabajo no remunerado, técnicas peligrosas para el cuerpo (muchas de las prácticas que se transmiten como tradiciones milenarias ocasionan lesiones físicas, mucho más frecuentemente de lo que se habla, como lo denuncia Rain en el caso de Ashtanga) y para la integridad cuerpo-psique, historias de engaños y maltratos con la excusa del amor libre, orgías y prácticas sexuales-espirituales con personas en situación de autoridad (instructores, profesores, maestros…).

Más tarde supe que varies se fueron, o tenían vidas con doble estándar para soportar “la disciplina”, incluso que habían habido denuncias por trabajo no remunerado, explotación, maltrato…

En mí, el abuso espiritual dejó una huella honda. Me resultó muy difícil encontrar nuevos espacios y nuevas prácticas en las que confiar (a decir verdad, imposible casi). Muchos años después pude problematizar las relaciones sexuales disfrazadas de espiritualidad o de cuidados como abusos o al menos manipulaciones sexo-afectivas en el marco de un engranaje cuidadosamente guardado para mantener una típica estructura jerárquica, piramidal, sectaria. No solamente nuestro dinero, nuestro trabajo, sino nuestra energía, nuestra fe, nuestro amor y nuestra espiritualidad eran burlados sistemáticamente. Pero son historias de todos los días, al final. Al final, es fundamental llamar a las cosas por su nombre.

Mi siguiente experiencia fue, por recomendación, justamente, el profesorado en Yoga Kai, con Vinicius (“no vayas con José”). Si bien no me tocó vivir ninguna situación abusiva o de maltrato, la experiencia no fue fácil por la historia que traía y por la excepción que un cuerpo como el mío representa en un espacio así. No me había enterado de ninguna de las historias que denunciarían, años más tarde, las compañeras organizadas. Al respecto, de todas maneras, creo necesario incluir en este relato que las compañeras denuncian a Vinicius por complicidad, amenazas y por tapar las denuncias renombrando la escuela como “Vinicius Yoga”.

Luego cursé en Ananda Yoga. Con cierta paciencia y espíritu dispuesto a disociarse ante los tratos del cuerpo como carne a domar… fui alcanzando el límite cuando me di cuenta de lo mal que me hacía reproducir esos patrones disociativos para soportar la cursada. Patrones que alcanzaban el “no engancharme” con los comentarios misóginos y discutir sin pelearme ni abandonar el espacio ante comentarios de justificación “cultural” del abuso sexual de niñes y adolescentes. Hoy veo lo lejos que llegué, todo “lo demás” que soporté para “seguir formándome”. La última vez que fui, tuvimos que “aceptar” que tocarnos y mirarnos zonas genitales era parte del entrenamiento y que no teníamos que ser pacatxs.

Todas estas prácticas, malostratos, abusos, están tan naturalizados en el ámbito del Yoga que encontrar un lugar para practicar puede ser imposible. Lo fue, para mí.

El currículum oculto

Pensando en métodos de Yoga, en los métodos de Yoga que aprendemos, como si su “linaje” fuese incuestionable y conociendo y reconociendo las historias de abuso, el marco patriarcal y fuertemente jerarquizado, es justo preguntarnos –como dice Remski– si esas prácticas, surgidas de estos personajes que ahora reconocemos nefastos, contribuyen en algo a nuestro bienestar, a nuestra liberación o si, por el contrario, en verdad son prácticas que nos ayudan a disociarnos y generan dependencia en un “maestro”.

Desde YST, tomamos las prácticas que nos fortalecen, que nos ayudan a sentir nuestro cuerpo en lugar de disociarnos. Empoderarnos es también sentir nuestro cuerpo y tomar las decisiones que sentimos más adecuadas para nosotres, más accesibles (en lugar de seguir las recomendaciones de una figura de autoridad). De esta manera, no utilizamos técnicas que puedan contribuir a disociarnos o que puedan resultar casi previsiblemente desencadenantes de respuestas de trauma.

Por más que nuestras prácticas no pretendan ser violentas ni abusivas, ¿qué de estas técnicas que reproducimos como profesorxs de yoga, pensando que son buenas para nuestres practicantes, resultan, en verdad, dañinas? ¿Cómo identificar los restos, las huellas de los tratos abusivos en nuestras prácticas?

¿Cuál es currículum oculto en nuestras prácticas? Muchas de las cosas que son penosas para les sobrevivientes, que fueron parte del abuso, tienen que ver con no hablar, mantener el secreto, no confiar en tu cuerpo, no sentir tu cuerpo, nunca ser suficiente, que tu cuerpo sea tratado como un objeto y como un objeto para satisfacer las necesidades ajenas, aprender a disociarse para no sentir el dolor, para “irse del cuerpo” o viajar con la mente a un lugar agradable, a cualquier lugar que no sea ese donde estamos siendo dañades, a huir del presente y viajar a mundos paralelos, enfocar la atención en un objeto o en algo que te permita distraerte de lo que estás viviendo en ese momento… Son cosas que me suenan mucho a varias de las técnicas de Yoga que me transmitieron… Por eso muchxs sobrevivientes encontramos que tenemos bien desarrolladas muchas de estas habilidades, las técnicas nos resuenan. Pero no nos ayudan a salir del trauma. De hecho, pueden terminar complicándonos.

Muchas veces, en las clases recibimos un doble discurso: el Yoga es espiritual, el Yoga no es competencia, hay que escuchar al cuerpo, nada reemplaza la práctica… Y, al mismo tiempo, nos empujan a sobrepasar nuestros límites, nos recompensan o nos juzgan si no logramos tal o cual figura, nos “alientan” a “autosuperarnos”, nos insisten en que la verdadera enseñanza se recibe del gurú y que no es posible cuestionar su autoridad.

¿Será posible un Yoga sin maestros? ¿Podremos construir comunidades resilientes? ¿Apostamos a un Yoga sensible al trauma en lugar de prácticas que los (re)creen?